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Bible Commentaries
Levítico 16

Comentario Crítico y Explicativo de toda la BibliaComentario Crítico

Versículos 1-34

COMO DEBE ENTRAR AL LUGAR SANTO EL SUMO SACERDOTE.

1. después que murieron los dos hijos de Aarón, cuando se llegaron delante de Jehová, y murieron—Algunos piensan que este capítulo ha sido traspuesto fuera de su lugar correcto en la historia sagrada, el cual seguía inmediatamente al relato de la muerte de Nadab y Abiú. Aquella abrumadora catástrofe habría llenado a Aarón con dolorosos temores de que la culpa de estos dos hijos fuese transmitida a su casa, o que otros miembros de su familia pudiesen compartir la misma suerte debido a alguna irregularidad o defecto en el cumplimiento de sus funciones sagradas. Por lo tanto fué establecida esta ley, para que por medio de la debida observancia de sus requisitos, el orden aarónico pudiese ser mantenido y aceptado en el sacerdocio.

2. Di a Aarón tu hermano que no en todo tiempo entre en el santuario del velo adentro, etc.—Los sacerdotes iban todos los días a quemar incienso sobre el altar de oro en la parte del santuario fuera del velo. Pero a nadie excepto al sumo sacerdote le era permitido entrar dentro del velo, y esto sólo una vez por año con el mayor cuidado y solemnidad. Este arreglo evidentemente fué establecido por inspirar una reverencia por el lugar santísimo, y la precaución era necesaria en un tiempo cuando la presencia de Dios era indicada por símbolos visibles, la impresión de lo cual podría haber sido debilitada o perdida por una observación diaria y familiar. yo apareceré en la nube—o sea, el humo del incienso que el sumo sacerdote quemaba en su entrada anual al lugar santísimo; y ésta era la nube que en aquella ocasión cubría el propiciatorio.

3, 4. Con esto entrará Aarón en el santuario—Como los deberes del gran día de expiación conducían al acercamiento más íntimo y solemne a Dios, las direcciones en cuanto al curso correcto que había que seguir eran minuciosas y especiales. con un becerro … y un carnero—Estas víctimas eran traídas vivas, pero no eran ofrecidas en sacrificio, mientras el sacerdote no hubiera cumplido con las ceremonias descritas entre este versículo y el versículo once. El no debía vestirse en aquella ocasión de sus ropas espléndidas que eran propias de su puesto sagrado, sino de un manto de lino sencillo, como los levitas communes, porque como entonces él había de hacer expiación por sus propios pecados como también por los del pueblo, él tenía que presentarse en el humilde papel de suplicante. Aquella ropa sencilla estaba más en armonía con una época de humillación, como también era más liviana y más cómoda para los deberes que en aquella ocasión él sin ayuda tenía que ejecutar, que el ropaje magnífico del pontificado. Demostraba que cuando todos aparecen como pecadores, el más elevado y el más humilde estaban sobre el mismo nivel, y que no había distinción de personas delante de Dios.

5-10. de la congregación de los hijos de Israel tomará dos machos de cabrío … y un carnero—Los sacrificios habían de ser ofrecidos por el sumo sacerdote respectivamente por sí mismo y por los otros sacerdotes, como también por el pueblo. El becerro (v. 3) y las cabras eran como ofrendas por el pecado, y los carneros para ofrendas quemadas. Las cabras, aunque usadas de manera distinta, constituían una sola ofrenda. Las dos eran presentadas ante el Señor, y el destino de ellas era determinado por suertes, lo que los escritores judíos describen así: El sacerdote, colocando una cabra a su mano derecha y la otra a su izquierda, tomaba su lugar junto al altar, y echaba en una urna dos piezas de oro iguales, inscrita la una con las palabras “para el Señor” y la otra “por Azazel” (cabar de escape). Después de sacudir bien las dos piezas, metía sus dos manos en la urna y tomaba una pieza en cada mano: la que estaba en su mano derecha, ponía sobre la cabeza de la cabra a su derecha, y la que estaba en su mano izquierda, dejaba caer sobre la otra. De esta manera se decidía la suerte de cada una.

11-14. hará llegar Aarón el becerro que era suyo para expiación, etc.—La primera parte del servicio tenía por motivo solemnizar su propia mente, como también la mente del pueblo, mediante el ofrecimiento de los sacrificios por sus pecados. Siendo sacrificadas las ofrendas por el pecado eran judicialmente transferidos a ellas los pecados del ofrecedor mediante la imposición de sus manos sobre las cabezas de los animales (cap. 4), y así el becerro, que había de hacer la expiación por él y por los otros sacerdotes (llamados “su casa”, Salmo 135:19), era muerto por manos del sumo sacerdote. Mientras la sangre de la víctima era recibida en una vasija tomando el sumo sacerdote en su mano derecha un incensario con carbones vivos, y un plato de incienso en su mano izquierda, entre la solemne atención y las oraciones ardientes de la multitud congregada, cruzaba él el pórtico y el lugar santo, abría el velo exterior hacia el lugar santísimo, y luego el velo interior, y, estando ante el arca, depositaba el incensario en el suelo, y vaciando el plato de incienso en su mano, lo vertía sobre los carbones vivos, y el departamento se llenaba de humo fragante, destinado, según escritos hebreos, a evitar que algún curioso atisbara demasiado la forma del propiciatorio, que era el trono del Señor. Habiendo hecho esto el sumo sacerdote, perfumaba el santuario, se volvía a la puerta, tomaba la sangre del becerro muerto, y llevándola al lugar santísimo, la rociaba con el dedo una vez sobre el propiciatorio “hacia oriente”, o sea, sobre el costado junto a él; y siete veces “hacia el propiciatorio”. o sea, al frente del arca. Dejando las brasas y el incienso, salía una segunda vez, para sacrificar sobre el altar de los holocaustos el macho de cabrío, que había sido traído como expiación por el pueblo; y llevando la sangre de éste dentro del lugar santísimo, hacía las aspersiones como había hecho antes con la sangre del becerro. Mientras el sumo sacerdote estaba ocupado así en el lugar santísimo, no se les permitía a los sacerdotes ordinarios quedarse dentro de los límites del tabernáculo. El santuario o lugar santo, y el altar de los holocaustos eran rociados de la misma manera con la sangre de los dos animales. El objeto de este solemne ceremonial era el de impresionar la mente de los israelitas con la convicción de que todo el tabernáculo estaba manchado por los pecados del pueblo culpable, que por sus pecados ellos habían perdido el privilegio de la presencia divina y del culto, y que una expiación tenía que hacerse como la condición de que Dios permaneciera con ellos. Como los pecados y las negligencias del año anterior habían contaminado el sagrado edificio, había que renovar la expiación anualmente. La exclusión de los sacerdotes indicaba su indignidad y las impurezas de su servicio. La aspersión de la sangre mezclada de las dos víctimas sobre los cuernos del altar, indicaba que los sacerdotes y el pueblo, de igual modo necesitaban una expiación por sus pecados. Pero como el santuario había sido así ceremonialmente purificado, y el pueblo de Israel reconciliado por la sangre de las víctimas consagradas, Jehová continuaba morando en medio de ellos y honrándolos con su bendita presencia.

20-22. hará llegar el macho cabrío vivo—Habiendo sido ya presentado ante el Señor (v. 10), ahora era traído al sumo sacerdote, quien, poniendo las manos sobre su cabeza y habiendo “confesado sobre él todas las iniquidades del pueblo de Israel, y todas sus rebeliones y todos sus pecados”, los transfería por este acto al macho cabrío como sustituto de ellos. Era entonces entregado en manos de una persona, nombrada para llevarlo lejos a un lugar distante, solitario y desierto, donde en tiempos primitivos era soltado, para que escapara con vida, pero en el tiempo de Cristo, era llevado a una roca alta a 19 kilómetros de Jerusalem, y allí, siendo empujado desde un precipicio, era muerto. Los comentadores han discrepado entre sí en sus opiniones acerca del carácter y propósito de esta parte de la ceremonia; considerando, con la Septuaginta y nuestros traductores ingleses que Azazel quiere decir “chivo de escape”; otros, que es “una roca alta escarpada” (Bochart); otros, “cosa separada de Dios” (Ewald, Tholuck); mientras que otros todavia, que es Satanás (Gesenius, Hengstenberg). Esta última opinión se funda en la idea de que ambos machos cabríos formaban uno y el mismo sacrificio de expiación, y es apoyada por Zacarías capítulo 3, que presenta un comentario notable sobre este pasaje. Que hubiese en esta ceremonia singular alguna referencia a una superstición egipcia acerca de Tifón, el espíritu del mal, que habitaba en el despoblado, y que el propósito fuera el de ridiculizarla por enviar un animal maldito a sus dominios lúgubres, el imposible decirlo. El asunto está envuelto en mucha obscuridad. Pero en cualquiera interpretación parece haber una referencia típica a Cristo, quien llevó nuestros pecados.

23-28. vendrá Aarón al tabernáculo del testimonio, y se desnudará las vestimentas de lino—Al despedir el macho cabrío de escape, el sumo sacerdote se preparaba para las partes importantes del servicio que todavía quedaban; y para la ejecución de éstas se quitaba su ropa sencilla de lino, y habiéndose bañado, tomaba su ropa pontificia. Así vestido magníficamente, iba a presentar las ofrendas quemadas, que eran señaladas para él y el pueblo, que consistían en dos carneros que habían sido traídos con las ofrendas de expiación, pero reservados hasta entonces. Se ordenaba que el sebo fuese quemado sobre el altar; y lo demás de los cuerpos cortado en pedazos se daba a algunos asistentes sacerdotales, para ser quemado fuera del campamento, conforme con la ley general de las ofrendas por el pecado (cap. 4:8-12; 8:14-17). Las personas empleadas en quemarlos, como también el conductor del animal de escape, eran obligadas a lavar su ropa y bañarse en agua antes que se les permitiera volver al campamento.

29-34. esto tendréis por estatuto perpetuo: En el mes séptimo, a los diez del mes, afligiréis vuestras almas—Este día de expiación anual por todos los pecados, irreverencias e impurezas de todas las clases en Israel, durante el año previo, había de observarse como ayuno solemne, en el cual habían de “afligir sus almas”; era considerado un “sabbath”, y guardado como “convocación santa”, o asamblea para propósitos religiosos, y las personas que hicieran algún trabajo, estarían propensas a la pena de muerte. Tenía lugar en el día décimo del séptimo mes, que correspondía a nuestro tres de octubre, y este capítulo, junto con el cap. 23:27-32, como contenía alusión especial a las observancias del día era leído públicamente. La repetición de estos pasajes, que establecían el solemne ceremonial, era muy adecuada para la ocasión, y los detalles de las partes sucesivas del mismo, especialmente el espectáculo de la salida del macho cabrío de escape, bajo el cuidado de su conductor, deben haber producido impresiones saludables tanto del pecado como del deber, que no se borrarían pronto.

Información bibliográfica
Jamieson, Robert, D.D.; Fausset, A. R.; Brown, David. "Comentario sobre Leviticus 16". "Comentario Crítico y Explicativo de toda la Biblia". https://www.studylight.org/commentaries/spa/jfb/leviticus-16.html. 1871-8.
 
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